1/30/2012

Tengo un día que contar. El día de San Valero.

Son las 9 de la noche de un lunes cualquiera. Acabo de salir de la ducha y he decidido escribir algo, por eso me he venido al salón donde me siento muy cómoda para intentarlo, aunque no es fácil.
Llevo un rato con el folio frente a mi, en blanco y desafiante y si pudiera hablar me diría algo así como... "¿No querías contar algo?" "¡Pues hazlo de una puñetera vez!"...Y tendría toda la razón porque mientras estaba en la ducha, enjabonándome el cuerpo primero y dejando caer el agua sobre él después, me di cuenta de que llevaba mucho tiempo sin contar nada en mi blog y que realmente deseaba hacerlo y aunque siento una sensación placentera, algo así como mariposas en el estómago cuando pienso en escribir algo, la verdad es que apenas tengo tiempo para ello.
Pero ahora como he dicho son las 9 de la noche y como es pronto para cenar, pero tarde para empezar a hacer cualquier otra actividad, me he acomodado lo mejor posible, he encendido la radio y...¡ohhhhh! estaba sonando Bruce Springsteen, the Boss, mi ídolo. El mejor fondo musical que podía tener para inspirarme porque oye, ha sido coger el boli y empezar a deslizarse sobre el folio, que a estas alturas ya no es blanco.
No ha sido un lunes normal porque en Zaragoza, solo en Zaragoza, el día ha sido festivo y para hacer algo diferente, mi pareja sugirió salir a comer fuera .
Había varias opciones, Huesca, Calatayud o Lérida. Sugerí que eligiéramos entre las dos primeras ya que si vamos a dejar dinero, mejor dejarlo en Aragón (es que enseguida me sale la vena nacionalista) pero el resto del grupo se decidieron por Lérida y yo acepté democráticamente.
De camino al coche, aprovechamos para llevar papeles y plásticos a las unidades de recogida...es decir, los contenedores. Junto a ellos había una furgoneta que me impedía un poco el acceso al contenedor de los papeles y cuando por fin llego a él y voy a vaciar la bolsa, veo que un cartón grande y plegado sale del contenedor como volando y me quedo perpleja sin saber qué hacer.
Sin estar segura de estar haciendo lo correcto y sacando mi parte más atrevida, me acerco más y al mirar dentro, me encuentro a un joven seleccionando unos cartones y lanzándolos fuera. Era como un gusano dentro de una manzana.
Me quedo un rato con la boca abierta y los ojos ni te cuento y sin que me vea, dejo la bolsa en el suelo apoyada en el contenedor y me dirijo de vuelta al coche, ya partiéndome de risa. Por supuesto, conté lo que me había pasado y nos reímos los tres, es decir Luis, Pablo y yo.
Poco después llegamos a casa de Daniel y en su compañía cogimos la autopista hacia Barcelona.
Enseguida paramos a tomar algo, sobretodo porque Daniel no había desayunado.
En casi dos horas llegamos a Lérida, en una soleada mañana, aunque fría, muy fría. La verdad es que no apetecía mucho estar paseando por sus calles.
Tampoco era un buen día para refugiarnos del frío visitando museos puesto que los lunes están cerrados pero de haber estado abiertos, hubiera ido al diocesano a traerme los bienes que nos han robado. Perdón, no podía dejar de mencionarlo.
Hasta la hora de la comida y a falta de museos de arte que visitar, me dediqué a visitar los museos de la moda, es decir Mango, Zara, Massimo Dutty, Sfera, Pull and Bear, etc,etc,etc.
Mientras tanto ellos decidieron ir a visitar una iglesia que estaba en la parte más alta de la ciudad y a la que se puede acceder o bien cogiendo un ascensor desde la calle y que te sube hasta ella o bien te armas de paciencia, de mucha fuerza de voluntad y de mucha fuerza física y empiezas a subir escaleras y calles bastante empinadas. Cuando bajaron lo hicieron con hambre y no me extraña después del desgaste físico que habían hecho y enseguida encontramos un restaurante que parecía que estaba bien. De hecho, comimos muy bien, bueno, no eran exquisiteces pero el local era muy agradable, se podía hablar sin tener que gritar y la comida era buena y estaba muy bien presentada, por no mencionar que el trato del servicio fue exquisito.
Después de comer y como ya habíamos entrado en calor, salimos de allí en busca de una bonita cafetería donde tomarnos un café y yo además, un pequeño cruasant relleno de chocolate. (necesitaba mi ración diaria).
Después de estar allí un rato hablando y riéndonos, salimos, cogimos el coche y otra hora y media de autopista para volver a Zaragoza. A mitad del camino, Daniel se puso al volante porque a Luis le estaba entrando el sueño. Ya se sabe que después de comer y con el calor de la calefacción del coche es más difícil mantenerse despierto.
Cerca de las 7 hemos llegado, me he metido en la ducha y ahora acabo de reflejar lo que he hecho en el día de San Valero, patrono de Zaragoza.

Unas cuantas fotos aquí.