11/29/2006

Comer fuera.





Creo que a la mayoría de las personas nos gusta comer en casa. Estamos acostumbrados a una manera de cocinar, ya sea nuestra propia manera o la de nuestras madres (ya me gustaría a mí decir la de nuestros padres, pero ! hay tán pocos padres que cocinen!). No hay más que probar la famosa tortilla de patata. Su sabor tiene tantos matices como personas las preparan.
Otro de los motivos por los que me gusta comer en casa es que puedes ir vestida como te de la gana, con total libertad y más aún, si vives sola. Por no hablar de dinero, mucho más barato comer en casa !dónde va a parar!
De todas maneras, reconozco que es muy agradable salir a comer fuera. El pasado domingo yo lo hice. Decidí salir a comer fuera, pero.............fuera, fuera. De hecho, salí tan afuera que llegué a otra ciudad. A Huesca. No es que no haya suficientes restaurantes en Zaragoza, no, !qué va! ¿será por restaurantes? pero hace un par de años fuí con mi marido a uno que hay en la estación de Huesca. Se llama "Juliana" y nos gustó, no solo la comida sino también la presentación de los platos y el servicio (y no me refiero al wáter) . Desde aquella primera vez, hemos vuelto en otras tres ocasiones. Ya sé que no son muchas, pero ¿qué quieres? El menú cuesta 22 euros y somos cuatro. (Las fotos son del menú que yo elegí)
La anterior vez que salí a comer fué en septiembre. El motivo fué celebrar mi cumpleaños. Había quedado con mi familia en el centro y cuando caminaba por los porches del Paseo de la Independencia, ví que venía hacia mí un señor mayor, delgado, de piel morena que llevaba una gorra con visera. Era la imagen del típico hombre cubano de esa edad. De hecho, era cubano.Cuando estaba a mi altura, se acercó a mí con una expresión que me transmitió cierta ternura y me preguntó dónde se encontraba la Plaza de España. Él iba en dirección contraria y se lo hice notar. Agradecido por mi amabilidad, me abrazó y me dió un beso en cada mejilla. Yo estaba sorprendida ante esa forma tan efusiva de expresar su agradecimiento, pero lo que más me sorprendió fué mi propia reacción ya que me ví devolviéndole el abrazo y los dos besos (uno por mejilla) mientras le daba palmaditas en la espalda como si estuviera consolándole por algo.
Le dije adios, y mientras me dirigía a la comida familiar, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no reirme de la situación que acababa de vivir. Pensé: "Si sólo por darle la dirección, me lo agradece de esta manera, ¿qué hubiera pasado si además, como soy muy amable, le acompaño para que no se pierda? Igual entonces los besos me los da directamente en la boca".